Un escritor argentino dijo que la felicidad era el olor de las tostadas al despertar.
Otro aroma que se asocia con la vida, es el del café: penetrante… delicioso…
Según la leyenda, un pastor de cabras yemení llamado kaldi, observó un día que sus tranquilas cabras estaban eufóricas. Trató de hallar una explicación y, en la búsqueda Dio con el fruto rojizo de unos arbustos que los animales habían comido mientras apacentaba. Kaldi sospechó; recogió unos granos y los llevó a un anciano sabio que los hirvió. Luego que bebieron la infusión, sintieron que el cansancio abandonaba sus cuerpos, y, tornaban sus mentes lúcidas, alegres, entusiastas. Acababan de descubrir el café.
Los árabes en su afán por mantener el secreto, prohibieron la exportación de esta planta que es un arbusto parecido al del laurel de jardín, tupida, con flores blanco pálidas y bayas bermejas, conocido a causa de su perfume como “el jazmín de Arabia”. Los venecianos burlaron el misterio cuando en el siglo XVII consiguieron contrabandear unos granos; dieron a conocer a los europeos el enigmático brebaje que los cautivó de tal manera que, a fines de esa centuria los cafetos prosperaban en la regiones tropicales de holandeses y franceses, quienes lo introdujeron en la caribeña Martinica hacia 1720.
Para ese entonces la institución de reunirse, conversar y beber café, ya era antigua. El primer café ya había abierto en Venecia en 1640; en 1672, en la feria de Saint Germain, un tal Pascali abrió el primer café de París.
La palabra “café” deriva o de “kaffa”, región donde el cafeto crece en abundancia, o de la palabra turca “quahvé” que designa a toda bebida excitante. Los distintos nombres del café provienen de “Moka”, que es un puerto de Yemen.
Según la variedad botánica del país de origen, su fruto posee características propias de cuerpo, aroma, sabor, acidez; también influye en sus cualidades la altura del cultivo y el sistema de recolección. Los mayores productor del mundo son Brasil; Martinica, Puerto Rico, Colombia y Java, famosos por sus variedades.
Su siembra y cosecha deben realizarse en condiciones extremas de velocidad y cuidado. La primera porque el grano pierde rápidamente su capacidad de germinación y, la segunda es la operación más delicada, porque si las bayas no reciben el trato adecuado dentro de las cinco horas de recolectadas, fermentan inutilizándose. De modo tal que el grano se coloca aún fresco en la tierra protegiéndoselo en invernadero hasta el año, cuando es trasplantado, Al cuarto año da frutos, el máximo rendimiento se obtiene entre el séptimo y octavo año. A los treinta años la planta deviene estéril.
Hecha ya la recolección, existe un complejo proceso destinado a despojar al grano de su capa carnosa y de toda impureza; se le da el calor particular al sol; se lo abrillanta y listo para su torrado se lo embolsa para su comercialización. El torrado se efectúa para fijar al grano su aroma penetrante.
Es sabido que desde el siglo XVII los médicos árabes y persas lo usaban para tratar ciertas enfermedades, recordemos que la cafeína es al café, lo que la energía a nuestro cuerpo. Es éste un elemento natural invisible, inodoro, insaboro y vigorizante. Será por eso que estudios que se están realizando intentan demostrar que el consumo de esta infusión más beneficios que perjuicios al organismo.
Además de todo esto, el café es un amigo…
Mientras terminamos esta nota, dos pocillos nos acompañan pacientemente, dichosos de ser por una vez los protagonistas.
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá
Versión para Internet del artículo publicado en diciembre de 1993
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