18 julio 2009

Los vaivenes de la economía internacional y la coquetería de nuestros abuelos

La paja de los sombreros masculinos, las telas para las faldas de las abuelas,
a comienzos de siglo, a la par de los diseñadores,
se constituyeron en árbitros de moda.
Los creadores daban a luz “el último grito”.
El comercio y la economía internacionales lanzaban el “penúltimo”.
Así con el trasfondo de esta sutil interdependencia,
se acortó el ala del “canotier” y se angostó la falda naciendo la “trabada”.









Sombreros o cabezas al aire. Faldas rectas, cortas o largas. Pantalones con bocamangas anchas o bombilla, de tiro corto o al insólito estilo Divito, que cubría hasta la mitad del pecho… De todo se ha visto tratándose de moda.

Podemos mirar su evolución, encoger los hombros y sonreír benignamente a sus aparentes caprichos, ya que en el mundo de fantasía a que pertenece, la moda aparenta ser locura, frivolidad o capricho.

O hacernos cargo de que nuestra elección frente al perchero, no tributa a las veleidades vanidosas de la moda, que tapa y destapa; sino que está determinada por una concurrencia de determinaciones que se nos escapan. Creemos ser protagonistas, cuando en realidad, respondemos sumisamente a expectativas socioeconómicas, de las que, en general, no nos enteramos. Y que estas a su vez, siguiendo un hilo de causalidades, provienen de las altas y bajas de los mercados.

Se trata de la sístole de las industrias, nada es azaroso bajo el sol como la moda es una industria más, no puede ser ni frívola, ni ingenua.

En esta nota vamos a tratar dos ejemplos de ello: el del sombrero masculino y el de las faldas femeninas de las primeras décadas del siglo XX. Ambas prendas sufrieron transformaciones en la misma época.

Comencemos a ver que ocurría con nuestros abuelos ¿Qué la coquetería es femenina? De ninguna manera. Desde muy antiguo el varón, aunque lo disimulara, ha cuidado muy detenidamente su aspecto. No podía ser diferente en la primera década del XX, cuando los elegantes elegían entre tal o cual prenda. Yen materia de sombreros, la decisión estaba tomada: los reyes de la calle eran los sombreros de paja, a los familiarmente se llamaba “pajizos”

Los había para todos los gustos y bolsillos. Blancos, naturales y negros para luto. En cuanto al precio Gath y Chavez ofrecía en 1912


El “panamá” había caído en desgracia debido a su alto costo y además para su limpieza hacía falta “la renta de aduana”, como se decía por entonces en Buenos Aires. Claro está que quien tenía un panamá” no lo abandonaba; lo usaba de cuando en cuando y luego le pegaba fuerte al “canotier”, que curiosamente, se había convertido en la pasión de aquél año.

El “pajizo” de ala corta y cinta ancha los porteños y los hombres de mundo lucían ingenuamente, siguiendo los dictados de la moda, absolutamente ajenos a las razones que lo imponían.

¿Porqué tomamos el año 1912 como referencia?

Del aproximadamente millón y medio de sombreros de paja que se usaban en buenos Aires, el 40% se fabricaba íntegramente en la Argentina, con materia prima que llegaba de China o de Italia. Los demás provenían de Inglaterra, Francia e Italia. Nuestros sombreros eran de insuperable calidad y, se vendían casi al mismo precio que los importados. El problema por el cual la producción, no era totalmente argentina se debió a que nuestras fábricas operaban con poco capital.

Tomamos el año de 1912 como referencia, porque en él hallamos ejemplificado el motivo por el cual la moda está íntimamente relacionada con los avatares político-económicos internacionales. Hemos visto que el grueso de la trenzas de paja que recibía el mundo para la fabricación de sombreros provenía de China. Justamente ese país atravesaba un delicado momento de política interior a raíz de que en 1911 se había convertido en república.

China había sido gobernada por la dinastía Manchú durante dos milenios, que desde 1850 venía mostrando signos de deterioro. Ya en los albores de nuestro siglo enfrentaba otros poderosos factores que llevarían a su derrocamiento. Esta situación se favoreció con el ingreso de manufacturas europeas en el mercado chino, arruinando las artesanías locales y sumiendo en la miseria las superpobladas áreas rurales. Esto se conjugó con la formación en las ciudades portuarias en expansión, de un gran sector obrero y una minoría intelectual que gestó un movimiento reformista al que se incorporó una fuerte corriente antidinástica, para derivar con la instauración de la republica en 1911.

Este paso, en realidad no transformó al país que quedó atrapado entre la subsistencia de los viejos problemas del imperio y la aparición de los nuevos; se inicia una época de graves perturbaciones que ponen en constante peligro la mera supervivencia del estado chino. Estos conflictos operaron en el tema de la moda un viraje en lo referente a los “pajizos”.

Sí… así fue… las cosechas chinas estaban estropeadas, los embarques se hicieron irregulares; la paja no llegaba en la cantidad necesaria al resto del mundo, La italiana era insuficiente para los requerimientos industriales.

Milagrosamente, (¿!) cuando la materia prima escaseaba, los modistos impusieron el “canotier”, que hizo furor con su ala cortita.

Hay que reconocer, que verdaderamente fue un sombrero de lo más simpático.




Mientras tanto, nuestras abuelas ¿Qué revolución armaban en torno a sus caderas? Estas señoras revolucionaron la moda en 1906, cuando tuvo lugar algo increíble e insospechado: la aceptación de la pollera “trabada”, ajustadísima al cuerpo, desde la cintura a los pies. Al principio fue un cambio más, otra locura de la moda, que se ganó los corazones femeninos y deleitaba los ojos de los caballeros, que celebraban, aunque no podían creer la audacia de las mujeres.

Pero, los años fueron pasando y la falda “trabada” no daba muestras de cambiar. Entonces, otro grupo de caballeros, dedicados a la industria textil, seriamente preocupados, dio su voz de alarma. El primero fue un productor de Lyon que estaba en camino a la bancarrota.

Esa moda resultaba tan grave para la economía que se dio el caso de que un diputado italiano presentara un proyecto en la Cámara, solicitando se tomaran medidas para combatir la crisis por la que atravesaba la industria textil, especialmente la instalada en la zona del Lago de Como, famosa por sus sedas.

Decía esto el diputado Scalini: “La crisis del metraggio puede considerarse como una de las consecuencias de la moda. Basta recordar el modelo de faldas que nuestras damas usaban en los tiempos pasados. Eran vestidos amplios que cubrían toda la persona. Las blusas tenían alforzas y pliegues y volados. Las mangas eran abuchonadas. Para vestirse una dama necesitaba 12 ó 13 metros de seda. Después la moda cambió radicalmente. Las polleras amplias fueron abandonadas por las estrechísimas y las batas por fundas hasta el extremo que vemos por la calle señoras que desbordan del vestido en olas adiposas. Dos metros alcanzan para la dama más robusta. Es preciso por lo tanto combatir en Italia esa moda que arruina las industrias textiles”

Las bellas no lo escucharon; las palabras del diputado cayeron en el vació. La nostálgica moda había pasado a la historia. Pero, ¿Qué llevó a nuestras abuelas a abandonar las amplias faldas que permitían movimientos libres por esas otras estrechas e incómodas? ¿Fue un capricho? ¿O consecuencia de la muerte de la reina Victoria en 1901, que fue poniendo fin a un largo periodo de criterios de moralidad e hipocresía exagerados? ¿La lucha por sus derechos, que sostenía el género femenino, habrá tenido que ver con esa moda que destacaba con sensualidad las formas de la mujer?

Es importante detenemos para saber lo que representaba no sólo económicamente sino históricamente la seda para Italia. La zona del Lago de Como, está al Norte de Italia en la provincia de Lombardía. Desde el siglo X esta región había despertado a la vida comercial, gracias al interés por competir que le despertaba la próspera Venecia.

Así es que para el año 1000, Lombardía ya estaba produciendo telas. Pero en el siglo XII aparece la seda que va a transformar completamente la economía de algunas ciudades de occidente. La seda era importada de Bizancio y del mundo musulmán para una minoría de grandes personajes laicos y eclesiásticos. Hasta que unos obreros griegos transportaron la industria de la seda a Palermo, desde donde se propagó por toda Italia, pasando luego a Provenza, Francia y Alemania meridional.

La seda entonces produjo en Lombardía, especialmente en la zona del lago de Como, una gran despegue textil en paños de valor. Estos conquistaron con rapidez los mercados occidentales, llevando consigo una insospechada prosperidad.

Las industrias del ramo, aunque las faldas no sólo se angostaron, sino que se acortaron, superaron la crisis y sobrevivieron creando otros dispositivos sobre la moda. El diputado Scalini puede descansar tranquilo. Cantú en el lago de Como sigue siendo uno de los centros más activos de producción y comercialización de la seda a nivel internacional.
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en julio de 1994
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