27 julio 2009

NEFERTITI, LA BELLA QUE NOS LLEGA (1)


Lleva con justicia el calificativo de ser la más bella que pisara este mundo. Observando su imagen se tiene la impresión de ser atrapado por el magnetismo de su hermosura. Más allá de lo que los historiadores lograron develar, su cuello estilizado, la perfección de su perfil, las cuencas inmensas de sus ojos, hablan de su dignidad real, pero retacean el secreto de sus pasiones.




Cada una de las dinastías que gobernó Egipto, cada rey, ha quedado registrado. El reinado del marido de Nefertiti (como el de otros que se deseó castigar) fue omitido. El descubrimiento de la ciudad que ellos fundaron fue uno de los mayores dilemas para los historiadores: costó años identificar los faraones que aparecían en las representaciones, justamente porque se los había querido borrar de la memoria humana. Nació así el atrapante “caso Nefertiti”.

Fue, según los indicios más fuertes, una princesa cuyo padre había llevado su reino a la bancarrota; la vendió al faraón Amenofis III por buen oro. La joven de catorce años viajó largamente hacia Tebas, sabiendo que su futuro esposo de45 estaba enfermo de muerte. El estudio radiológico de su momia lo debeló como un gordinflón calvo; desdentado, llena la boca de postemas alveolares.

En su corte Nefertiti fue una más del harén; sin embargo su vida se desarrollaba con gran comodidad. Sus días comenzaban con el amanecer (todos se acostaban con el ocaso), al son de las melodías de una orquesta femenina y los efluvios de la mirra. Una vez levantada, las sirvientas la asesoraban sobre las ropas y joyas a usar, si es que no prefería seguir dormida el resto del día, costumbre, muy aristocrática. El baño diario era un hábito, aún para los más humildes; la bañera de esta esposa segundota era de alabastro en la que veinticuatro doncellas acarreaban agua en jarras de oro y plata; otras vertían esencias aromáticas.

Cuando en 1366 AC, Amenofis III muere, su esposa principal Teye busca para el hijo de ambos, Amenofis IV de doce años, una mujer sólida y especialmente atractiva. Este joven faraón había recibido su educación viajando por distintos países y poseía un ensanchamiento intelectual en verdad revolucionario.

El matrimonio entre Nefertiti y Amenofis, se concertó y dieron a la vida seis hijas.
La reina contaba con un gran presupuesto personal, al llegar a Egipto la princesa llevaba 300 sirvientas, a las que Amenofis III agregó otras 300.

No hay período de la historia egipcia que despierte mayor interés que el de Amenofis IV, que emprendió la titánica tarea de romper con el politeísmo, para imponer una religión con un solo dios: Atón, simbolizado por el disco solar. La lucha contra el poder del clero de la antigua religión fue tanta que el faraón fundó una nueva capital en El Amarna, obra cumbre de la ingeniería. De haber resistido mejor el paso del tiempo, el palacio se contaría entre las maravillas del mundo. Hecha la reforma, cambió su nombre Amenofis por el de Aketaton.

La libertad, el amor a la naturaleza, la igualdad de los hombres ante el creador, eran los pilares de las ideas “amarnianas”, prédica de amor y alegría de vivir.

Volvamos a Nefertiti ¿Fue feliz en su segundo matrimonio? Por lo que se deduce de las representaciones tuvieron en los primeros años una relación enamorada y efusiva; rápidamente aparecieron nubes en el cielo de la reina: Amenofis IV comenzó a ser representado con severas anomalías anatómicas. Algunos neurólogos dedicados al caso, diagnostican lipodistrofia progresiva, enfermedad extremadamente rara, por la cual el torso enflaquece mientras que de la cintura para abajo el tejido adiposo va abultando la figura.



Ella, que en ese entonces tenía 21 años, no dejó de amar a su marido de 16, aunque cambió sus sentimientos por una protección maternal.

La editorial duró algo más de una década. La luz de Nefertiti se eclipsó cuando Amenofis ya copudo resistir la seducción de otros dos amores: el de madre Teye y el de Semenjkaré (para algunos historiadores, su hermano).

Bajo estas influencias se reconcilió con el clero de antiguo culto, lo cual no pudo ser aceptado por Nefertiti, produciéndose la separación del matrimonio, implantando el cisma en la misma familia.

Amenofis se trasladó a Tebas acompañado por su hija mayor, casada con Semenjkaré.

Nefertiti permaneció en el Amarna. Pocos sabían de su suerte cuando quedó viuda a los 34 años. Buscó casarse con un príncipe extranjero, lo cual no concretó. Incluso unir su vid a la del futuro Tutankamon de once años, al que finalmente casó con una de sus hijas.

A poco de llegar a farón, Tutankamon olvidó la reforma religiosa radicándose en Tebas. A los 37 años Nefertiti desapareció sin dejar rastros, de una ciudad fantasmal, asida a una utopía que le costó los afectos, la juventud, el poder y, la condenó a un olvido de más de 3000 años.




(1) Nefertiti: en egipcio, “La bella que nos llega”; bautizada así por el pueblo a su arribo a Tebas
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en febrero de 1994
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18 julio 2009

Los vaivenes de la economía internacional y la coquetería de nuestros abuelos

La paja de los sombreros masculinos, las telas para las faldas de las abuelas,
a comienzos de siglo, a la par de los diseñadores,
se constituyeron en árbitros de moda.
Los creadores daban a luz “el último grito”.
El comercio y la economía internacionales lanzaban el “penúltimo”.
Así con el trasfondo de esta sutil interdependencia,
se acortó el ala del “canotier” y se angostó la falda naciendo la “trabada”.









Sombreros o cabezas al aire. Faldas rectas, cortas o largas. Pantalones con bocamangas anchas o bombilla, de tiro corto o al insólito estilo Divito, que cubría hasta la mitad del pecho… De todo se ha visto tratándose de moda.

Podemos mirar su evolución, encoger los hombros y sonreír benignamente a sus aparentes caprichos, ya que en el mundo de fantasía a que pertenece, la moda aparenta ser locura, frivolidad o capricho.

O hacernos cargo de que nuestra elección frente al perchero, no tributa a las veleidades vanidosas de la moda, que tapa y destapa; sino que está determinada por una concurrencia de determinaciones que se nos escapan. Creemos ser protagonistas, cuando en realidad, respondemos sumisamente a expectativas socioeconómicas, de las que, en general, no nos enteramos. Y que estas a su vez, siguiendo un hilo de causalidades, provienen de las altas y bajas de los mercados.

Se trata de la sístole de las industrias, nada es azaroso bajo el sol como la moda es una industria más, no puede ser ni frívola, ni ingenua.

En esta nota vamos a tratar dos ejemplos de ello: el del sombrero masculino y el de las faldas femeninas de las primeras décadas del siglo XX. Ambas prendas sufrieron transformaciones en la misma época.

Comencemos a ver que ocurría con nuestros abuelos ¿Qué la coquetería es femenina? De ninguna manera. Desde muy antiguo el varón, aunque lo disimulara, ha cuidado muy detenidamente su aspecto. No podía ser diferente en la primera década del XX, cuando los elegantes elegían entre tal o cual prenda. Yen materia de sombreros, la decisión estaba tomada: los reyes de la calle eran los sombreros de paja, a los familiarmente se llamaba “pajizos”

Los había para todos los gustos y bolsillos. Blancos, naturales y negros para luto. En cuanto al precio Gath y Chavez ofrecía en 1912


El “panamá” había caído en desgracia debido a su alto costo y además para su limpieza hacía falta “la renta de aduana”, como se decía por entonces en Buenos Aires. Claro está que quien tenía un panamá” no lo abandonaba; lo usaba de cuando en cuando y luego le pegaba fuerte al “canotier”, que curiosamente, se había convertido en la pasión de aquél año.

El “pajizo” de ala corta y cinta ancha los porteños y los hombres de mundo lucían ingenuamente, siguiendo los dictados de la moda, absolutamente ajenos a las razones que lo imponían.

¿Porqué tomamos el año 1912 como referencia?

Del aproximadamente millón y medio de sombreros de paja que se usaban en buenos Aires, el 40% se fabricaba íntegramente en la Argentina, con materia prima que llegaba de China o de Italia. Los demás provenían de Inglaterra, Francia e Italia. Nuestros sombreros eran de insuperable calidad y, se vendían casi al mismo precio que los importados. El problema por el cual la producción, no era totalmente argentina se debió a que nuestras fábricas operaban con poco capital.

Tomamos el año de 1912 como referencia, porque en él hallamos ejemplificado el motivo por el cual la moda está íntimamente relacionada con los avatares político-económicos internacionales. Hemos visto que el grueso de la trenzas de paja que recibía el mundo para la fabricación de sombreros provenía de China. Justamente ese país atravesaba un delicado momento de política interior a raíz de que en 1911 se había convertido en república.

China había sido gobernada por la dinastía Manchú durante dos milenios, que desde 1850 venía mostrando signos de deterioro. Ya en los albores de nuestro siglo enfrentaba otros poderosos factores que llevarían a su derrocamiento. Esta situación se favoreció con el ingreso de manufacturas europeas en el mercado chino, arruinando las artesanías locales y sumiendo en la miseria las superpobladas áreas rurales. Esto se conjugó con la formación en las ciudades portuarias en expansión, de un gran sector obrero y una minoría intelectual que gestó un movimiento reformista al que se incorporó una fuerte corriente antidinástica, para derivar con la instauración de la republica en 1911.

Este paso, en realidad no transformó al país que quedó atrapado entre la subsistencia de los viejos problemas del imperio y la aparición de los nuevos; se inicia una época de graves perturbaciones que ponen en constante peligro la mera supervivencia del estado chino. Estos conflictos operaron en el tema de la moda un viraje en lo referente a los “pajizos”.

Sí… así fue… las cosechas chinas estaban estropeadas, los embarques se hicieron irregulares; la paja no llegaba en la cantidad necesaria al resto del mundo, La italiana era insuficiente para los requerimientos industriales.

Milagrosamente, (¿!) cuando la materia prima escaseaba, los modistos impusieron el “canotier”, que hizo furor con su ala cortita.

Hay que reconocer, que verdaderamente fue un sombrero de lo más simpático.




Mientras tanto, nuestras abuelas ¿Qué revolución armaban en torno a sus caderas? Estas señoras revolucionaron la moda en 1906, cuando tuvo lugar algo increíble e insospechado: la aceptación de la pollera “trabada”, ajustadísima al cuerpo, desde la cintura a los pies. Al principio fue un cambio más, otra locura de la moda, que se ganó los corazones femeninos y deleitaba los ojos de los caballeros, que celebraban, aunque no podían creer la audacia de las mujeres.

Pero, los años fueron pasando y la falda “trabada” no daba muestras de cambiar. Entonces, otro grupo de caballeros, dedicados a la industria textil, seriamente preocupados, dio su voz de alarma. El primero fue un productor de Lyon que estaba en camino a la bancarrota.

Esa moda resultaba tan grave para la economía que se dio el caso de que un diputado italiano presentara un proyecto en la Cámara, solicitando se tomaran medidas para combatir la crisis por la que atravesaba la industria textil, especialmente la instalada en la zona del Lago de Como, famosa por sus sedas.

Decía esto el diputado Scalini: “La crisis del metraggio puede considerarse como una de las consecuencias de la moda. Basta recordar el modelo de faldas que nuestras damas usaban en los tiempos pasados. Eran vestidos amplios que cubrían toda la persona. Las blusas tenían alforzas y pliegues y volados. Las mangas eran abuchonadas. Para vestirse una dama necesitaba 12 ó 13 metros de seda. Después la moda cambió radicalmente. Las polleras amplias fueron abandonadas por las estrechísimas y las batas por fundas hasta el extremo que vemos por la calle señoras que desbordan del vestido en olas adiposas. Dos metros alcanzan para la dama más robusta. Es preciso por lo tanto combatir en Italia esa moda que arruina las industrias textiles”

Las bellas no lo escucharon; las palabras del diputado cayeron en el vació. La nostálgica moda había pasado a la historia. Pero, ¿Qué llevó a nuestras abuelas a abandonar las amplias faldas que permitían movimientos libres por esas otras estrechas e incómodas? ¿Fue un capricho? ¿O consecuencia de la muerte de la reina Victoria en 1901, que fue poniendo fin a un largo periodo de criterios de moralidad e hipocresía exagerados? ¿La lucha por sus derechos, que sostenía el género femenino, habrá tenido que ver con esa moda que destacaba con sensualidad las formas de la mujer?

Es importante detenemos para saber lo que representaba no sólo económicamente sino históricamente la seda para Italia. La zona del Lago de Como, está al Norte de Italia en la provincia de Lombardía. Desde el siglo X esta región había despertado a la vida comercial, gracias al interés por competir que le despertaba la próspera Venecia.

Así es que para el año 1000, Lombardía ya estaba produciendo telas. Pero en el siglo XII aparece la seda que va a transformar completamente la economía de algunas ciudades de occidente. La seda era importada de Bizancio y del mundo musulmán para una minoría de grandes personajes laicos y eclesiásticos. Hasta que unos obreros griegos transportaron la industria de la seda a Palermo, desde donde se propagó por toda Italia, pasando luego a Provenza, Francia y Alemania meridional.

La seda entonces produjo en Lombardía, especialmente en la zona del lago de Como, una gran despegue textil en paños de valor. Estos conquistaron con rapidez los mercados occidentales, llevando consigo una insospechada prosperidad.

Las industrias del ramo, aunque las faldas no sólo se angostaron, sino que se acortaron, superaron la crisis y sobrevivieron creando otros dispositivos sobre la moda. El diputado Scalini puede descansar tranquilo. Cantú en el lago de Como sigue siendo uno de los centros más activos de producción y comercialización de la seda a nivel internacional.
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en julio de 1994
*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
Versión para Internet
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